Después de muchos años de cercanía, amistad y admiración, el fin de semana pasado asistí a la boda de Lety y Leo, un par de amigos entrañables, en Guadalajara, Jalisco. Una boda, quizá no tan común como solemos presenciarlas. No tanto por la condición física de ambos, sino por el amor, la transparencia, el reto y el heroísmo de dos vidas que, por fin, después de 11 años de noviazgo, culminan en un compromiso compartido para toda la vida.
Aun recuerdo a Leo, que iba hace muchos años al programa de hospedaje a Unidos Monterrey. Un niño alegre y activo, al cual su espina bífida no le limitaba en lo absoluto para jugar futbol con mis sobrinos, quienes lo recibían en su casa durante esos días. Era genial verlo deslizándose sobre el pasto, entre las piernas de todos para anotar el tan ansiado gol. Su presencia dentro de la familia de mi hermana, fue sin duda alguna, un agente sensibilizador, de optimismo, alegría y lucha por salir adelante.
Tiempo después, en una visita a Guadalajara, me compartió que quería que su novia viviera la misma experiencia en Monterrey, ya que a él le había servido mucho para desarrollar su independencia. Así tuve la oportunidad de conocer a Lety. Una princesa, cuya madurez e inteligencia sobrepasaba cualquier limitación física producto de su parálisis cerebral. Verla chatear en su celular y tomar su café frappucchino que tanto disfruta mientras sosteníamos una deliciosa plática, nos cautivó a mí y a mi madre cuando tuvimos la oportunidad de hospedarla en casa. Vivimos muchas platicas nocturnas, risas, intercambios y complicidad durante esos veranos llenos de aventura e independencia, al viajar a otra ciudad lejos de sus padres. Aún recuerdo las llamadas diarias de su mamá preocupada. Llamadas que año con año se fueron haciendo más y más espaciadas, al ver como Lety se desenvolvía fuera y lejos de casa.
No podría continuar sin antes reconocer la valentía de sus padres que, ya que al ser ella su única hija, le dieron todo para hacerla una persona independiente, plenamente desarrollada para llegar a un momento como el de el pasado sábado. El vals con su papá fue un momento indescriptible de Amor, que culminó uniéndose con su mamá en un emotivo triple abrazo.
Igualmente a la familia de Leo, a quien desde los 7 años impulsaron para vivir experiencias de independencia. Durante la celebración, su mamá me compartió: “lloré cada uno de los días que estuvo en Monterrey, pero, ahí, rompimos la dependencia que teníamos entre nosotros.”.
Este sábado ha sido un gran día para Mí también. El haber podido acompañarlos y verlos llegar al altar ha sido una gran fortuna. Se dijeron “sí” y nos dijeron “sí” a nosotros, a la valentía, al sí se puede, al Amor. Un «SÍ» que retumba en nuestras cabezas y corazones y con el que les deseamos la mejor de las suertes.
Como dijo el sacerdote durante la homilía: “Son una sonrisa de Dios, no solo entre ustedes, sino para todos nosotros…”
Cuántas lecciones y cuántos aprendizajes en tan solo una boda, la de Leo y Lety. ¡Felicidades!