Al inicio de esta contingencia, pensé que era un momento para hacer algunas cosas que generalmente no hago, por ejemplo, deshacerme de cosas que ya no se utilizan pero que están muy arrinconadas.
Los primeros días, hice la tarea con mucho esmero, como si ese fuese el último día para limpiar. Uno de mis hijos incluso me dijo “mamá, este es el día 1, calma, faltan muchos”.
Conforme han pasado los días, me fui percatando que no tenía mucho tiempo, que me estresaba y llegada la noche pensaba en todo lo que me había quedado pendiente. Recordé lo que una vez dijo una amiga “somos las mujeres orquesta”.
Te has puesto a pensar en ¿cuántos roles desempeñamos las mujeres todos los días?
Desde el momento en que nos levantamos, repasamos rápidamente lo que hay en el refri y decidimos que desayunaremos. Cuando hay hijos e hijas mayores, es probable que ellos al levantarse lo hagan en otros horarios y se sirvan lo que les apetezca.
Pero las madres que tenemos hijos o hijas con discapacidad, dependiendo de la edad y de sus habilidades, nos movemos con otras dinámicas. “Dile, supervisa, recuérdale, ayúdale, observa, anota, pregunta”.
Pareciera que todo el tiempo pensamos como dos en uno: “fue tantas veces al baño” “¿ya se lavó los dientes?” “Le veo diferente” “mmm eso no me late”.
En ocasiones, tenemos que generar nuestras propias estructuras, agendas, calendarios, recordatorios, para tener presente cuando vamos a una cita médica, a la escuela o con la terapeuta. (En el espejo del baño, por ejemplo, yo anoto los días que mi hija va al baño, pues ya no confío en mi memoria).
Esta situación con el COVID-19 no ha sido menor, quienes trabajamos fuera del hogar, estamos haciendo un home office entre malabares; por un lado, contestando correos, mandando información, y, por otro lado: supervisando, cuidando, atendiendo, dando “terapias” a nuestros hijos e hijas, cocinando, limpiando, guiando, apoyando.
Por lo que a todo esto, me pregunto: ¿y dónde quedamos nosotras?
Mucho se habla del confinamiento y de las consecuencias que puede generar, pero hasta hoy no he escuchado hablar sobre el trabajo de cuidadoras que muchas mujeres desempeñamos y que se suma a la cantidad de cosas que ya de por sí hacemos.
¿Cómo nos estamos preparando para ello? ¿Tenemos un espacio de contención? ¿Tenemos a alguien que nos escuche? ¿Podemos expresar nuestros sentimientos, decepciones, enojos, frustraciones y angustias?
Este pequeño escrito es para reflexionar en el cuidado que nosotras como cuidadoras tenemos que dar-nos-.
Ponte hoy una mascarilla, lee unas hojas de un libro en el silencio de la noche, asómate a la ventana y quédate contemplando el paisaje, conversa con tus hijos e hijas sobre tus preocupaciones, sobre tu cansancio, sobre tu exigencia por ser una “buena madre”.
Piensa en que con tus posibilidades y desde el gran amor que le tienes a tu hija o hijo, lo estás haciendo de la mejor manera.
Piensa en que las «especiales» son las pizzas, que nosotras somos mujeres y madres y que ninguna de nuestras hijas e hijos vino con instructivo, por lo que lo estamos resolviendo de la mejor manera.
Desde lo más profundo de tu corazón, cada noche, date las gracias al final del día por todo lo que lograste, incluido pensar en ti, se vale el apapacho.